Aprender a querer lo que merece ser querido, es algo que nos toma la vida, no es fácil, porque por el camino nos vamos llenando de cosas que, si bien nos satisfacen, es de “a ratito” porque, a la larga, no nos llenan completamente.
¿Cómo ponemos nuestra mirada en lo que realmente nos hace felices? ¿Cómo creamos el espacio y las circunstancias favorables en nuestra familia para que nuestros hijos también aprendan a poner su corazón en lo que realmente es importante para su felicidad?
Estamos en una carrera contra el tiempo. Nos debatimos un poco entre la calidad y la cantidad de tiempo que les tenemos que dar, nos angustiamos mucho porque no estamos muy presentes en sus vidas y, sin querer queriendo, tratamos de suplir esa ausencia con todo lo que podemos porque queremos ser un buen papá y queremos ser una buena mamá y queremos darle cosas, buenos consejos, una buena formación, una buena educación... tenemos una buena intención pero al final, a veces, a nuestros hijos no les llega lo que realmente necesitan.
Más allá de esa cantidad y de esa calidad de tiempo yo propongo la cercanía, esa cercanía que me lleva a tener unos verdaderos vínculos fuertes con nuestros hijos y, de este modo, tener la certeza de que están siendo “llenados” con lo que realmente vale la pena. Aprendamos a querer promover lo que merece ser querido.
¿Con qué elementos podemos fortalecer el vínculo con nuestros hijos y enseñarles a querer lo que merece ser querido?
* La cercanía. Lo acompaño a crecer y le doy la certeza de sentirse entendido pues ellos recibirán empatía y aprenderán a salir de sí mismos y comprender que existen otras realidades en la vida de sus amigos. En familia, con la cercanía, disfrutamos juntos del cariño mutuo:abrazos, gestos, palabras amorosas, etc.
* El tiempo: Le damos atención y reforzamos su sentimiento de valía personal y, de este modo, al abrir el espacio para ellos, ellos desarrollarán la capacidad de entender el valor tan grande de dedicarle tiempo a sus relaciones afectivas. En familia, dando nuestro tiempo, disfrutamos de un intercambio de calidad y de poder compartir la cotidianidad.
* El respeto: Le regalo la certeza de su dignidad porque le hago sentir que es único e irrepetible y que lo amamos por el simple hecho de existir. Asimismo, desarrollará la capacidad de valorar a sus amigos por el simple hecho de ser personas y que, por su dignidad, nunca los podrá usar o manipular. En familia, disfrutamos de la paz interior que deviene del buen trato y nos sentimos amados por el simple hecho de ser y de existir.
* Límites: Cuando pongo límites les estoy dando amor porque le digo: “me importas” y, de este modo, fortalezco la seguridad en sí mismo para que pueda evitar sentirse rechazado por los límites de los demás y aprenda a respetarlos. En familia, cuando ponemos límites claros, disfrutamos de un ambiente sereno, predecible y tranquilo.
* La inteligencia emocional: Le doy contención y le acompaño en la gestión de sus emociones y le enseño a identificarlas y a decidir qué hacer con ellas cuando las siente. De este modo, desarrolla la capacidad de ser asertivo para decir lo que quiere adecuadamente. En familia, disfrutamos de la posibilidad de decir lo que se siente y se piensa sintiéndonos en un ambiente afectivamente seguro.
* La inteligencia afectiva: que es nuestra capacidad de crear una resonancia positiva en su intimidad, dejarles su corazón en el mejor estado interno posible. De este modo, contribuimos con el ambiente interno que necesita para poder crecer por dentro, es decir, querer ser una persona virtuosa. Así desarrolla la capacidad que ya tiene, de ser una persona buena, amable, querible. En familia, disfrutamos, entre todos, de la mejor versión de nosotros mismos.
Lo que realmente vale la pena ser querido es justamente todo lo que trasciende todos lo que fortalece nuestro corazón y el de nuestros hijos y que nos trae de vuelta un ambiente mucho más favorable para poder ser felices en el hogar. Solo la cercanía del amor calma, llena nuestros vacíos restaura y repara nuestros vínculos familiares.
Fuente: Noita D’Escriván R., Asesor Semper Altius